Recuerdo haber tenido la fortuna de contar con las lecturas nocturnas de cuentos de mi padre antes ir a dormir.
Fascinante emociones sobretodo al considerar los énfasis de la narrativa, como las voces de los personajes que hacían que cada historia cobrara vida en mi imaginación.
Sin duda, cuando los personajes me visitaban en mis sueños, era la oportunidad para crear una nueva historia para compartir al día siguiente.
El malo se convertía en bueno, el bueno se convertía en más bueno y qué decir, aquellas historias donde las chicas sufridas siempre quedaban con el mejor chico, con solidez financiera y emocional para cargar sus vidas como las próximas, o recibían de por vida "Superpoderes", ¡sin preocupación alguna!.
Lo entretenido de todo esto, es que al hacer memoria, casi el 99,9% de todos los cuentos tenían finales felices. ¿Puedes creerlo? .
Ahora, puedo justificar el por qué gran parte de estos clásicos permanecen con tanta vivacidad en mi memoria siendo una persona adulta!, y es que si bien tendemos a replicar, al menos en mi familia, el compartir con los más pequeños estas historias muchas veces me pregunto si será necesario hacer algunas modificaciones...

Por ejemplo que la princesa se dio cuenta que su príncipe encontró la felicidad con ella pero solo por un tiempo, porque la relación se volvió monótona o aburrida, que el bueno se aburrió de ser bueno porque era más atractivo ser malo y qué ese malo debió recuperar su maldad porque era la única forma de subsistir en una sociedad cada vez más competitiva.
Pero pese a que lo he pensado como una forma de preparar mejor a las futuras generaciones respecto a la vida, créanme que no he modificado ningún párrafo y optado por agregar en esas historias. Cuentos propios de mi vida, donde pese a la adversidad decido buscar en los desafíos diarios de la vida, los finales felices pero sin tanto cuento porque finalmente las buenas historias, nunca terminan!
Marcela K. - equipo #sfyq